Consciencia en la era del streaming: Spotifica* tu mente.

Mucha gente que lea este artículo probablemente entenderá, y aceptará, mi afirmación de que en estos momentos todos estamos ‘enchufados’ (plugged-in) a una fuente creativa de ‘transmisión de flujo continuo’ (streaming). ¿Pero por qué es así? ¿Será porque estamos de acuerdo con este concepto? La idea de estar conectados a la creatividad y a la comprensión nos ha rondado desde siempre – los griegos, y cualquier poeta desde entonces, consideraban que era el resultado del trabajo de las musas, esas diosas de la inspiración. Sin duda, lo que está cambiando es el lenguaje y la configuración de estos conceptos. La frase inicial utiliza básicamente las imágenes de ‘plugged-in’ y ‘streaming’. Son términos modernos que se relacionan con nuestras tecnologías: aparatos eléctricos y plataformas digitales, respectivamente. En el mundo actual el siguiente extracto posiblemente no nos parezca fuera de lugar:

La innovación no emerge en el vacío. Surge a partir de un gran océano colectivo de pensamiento al que todos estamos enchufados. De esta manera, lo que se crea es una expresión de nuestras corrientes de consciencia.

Y aún así es totalmente actual – un mito moderno, podría decirse. Tanto nuestras experiencias culturales, como nuestras tecnologías y nuestro vocabulario se desarrollan relacionándose entre sí para influir no sólo en cómo vemos el mundo, sino también en cómo respondemos frente a él. ¿Qué pasaría si todo lo anterior – nuestra visión del mundo, nuestras experiencias culturales, nuestros lenguajes y tecnologías – fuesen una expresión de cómo entendemos realmente la naturaleza de la consciencia humana? A quien esto escribe le parece que el mundo que nos rodea es un reflejo constante de cómo desarrollamos nuestra comprensión de la consciencia humana – ¡se diría que actualmente estamos siendo spotificados*! Déjenme tratar de explicar lo que quiero decir con esto.

Las tecnologías humanas, diseñadas para mejorar – o al menos amplificar – nuestra relación con el mundo, tienen una conexión esencial, que a menudo se ignora, con el estado de la consciencia humana. A veces esta relación innata  está desequilibrada, es asimétrica e incongruente, y se traduce en tecnologías de destrucción. Otras, está más alineada y da lugar a innovaciones creativas que apuntan hacia el mejoramiento de la vida humana sobre el planeta. Nuestra ola creciente de progreso tecnológico puede remontarse hasta la revolución industrial que surgió en el mundo occidental en la última parte del siglo XVIII. Pero fue la Segunda Revolución Industrial, un siglo más tarde, la que produjo la electrificación y dio lugar a las grandes tecnologías de comunicación (transporte, radio, teléfono, televisión, radar, etc.). Estas tecnologías industriales encarnaron la mentalidad de progreso y mejoramiento material. La literatura de la época estaba llena de metáforas eléctricas ya que   dichas tecnologías también desataron la imaginación creativa. La historia de las comunicaciones, con su creciente capacidad para establecer conexión y comunicación entre las gentes a distancias cada vez mayores, exigió una nueva reorientación de la perspectiva humana. Una nueva percepción de las dimensiones de espacio y tiempo empezó a dar origen a una consciencia psicológica que quería mirar más allá de los límites y los horizontes de las fronteras físicas. La constricción física del tiempo y el espacio reflejaba la exploración interna que surgió durante el siglo XX. Durante la primera parte del siglo pasado el ‘inconsciente colectivo’ se fue convirtiendo en una parte consciente de la mente colectiva. Las teorías de Freud, Jung, Reich, y otros psicoanalistas fueron modificando la manera de considerar el comportamiento y los parámetros del pensamiento humanos. Estos desarrollos coincidieron con el surgimiento de las películas – una manera de proyectar ideas internas en una pantalla externa – como fenómeno cultural.

Por tanto, el siglo XX se convirtió en una época de preguntas y respuestas tales como: ¿Qué subyace más allá de la vida? ¿Qué hay detrás de la materia? ¿Qué hay tras nuestros pensamientos conscientes? ¿Qué existe detrás de toda vida biológica? Este impulso en busca de significado humano, tanto en la esfera externa como en la interna, alcanzó un zeitgeist en la segunda mitad del siglo XX cuando Oriente vino a encontrase con Occidente. Gracias a la popularización de enseñanzas orientales (Budismo, Taoísmo, Sufismo, etc.) y a la experimentación lúdica de procesos de alteración-mental, surgió una nueva contracultura occidental. La gente fue explorando cada vez más sus  sentimientos, la auto-reflexión, y la mirada interior. Timothy Leary tenía razón al sugerir que la nueva era había cambiado hacia ‘la política del sistema nervioso.’ En los años noventa el poeta más popular en Estados Unidos era el sufí persa Jalalludin Rumi; la holografía y el universo holográfico eran un nuevo paradigma popular; el funcionamiento izquierdo-derecho de los hemisferios cerebrales era un tema muy conocido; Internet estaba revolucionando las comunicaciones; y nociones tales como la noosfera, el cerebro global, y las consciencia colectiva eran casi lugares comunes. El crecimiento espectacular de las tecnologías globales de comunicación (dispositivos con acceso a Internet, plataformas digitales, redes sociales, etc.) reflejaba, especialmente entre los más jóvenes, una nueva forma de consciencia participativa que no existía previamente.

El modo de pensar previo – en ocasiones denominado ‘mentalidad industrial’ – consideraba la materialidad de la vida como la consciencia dominante. Era una consciencia de adquisición, posesión, propiedad, y en definitiva control. Todo consistía en quién poseía el hardware, y en el poder de controlar el hardware de los demás. Fue una época en la que florecieron las patentes y los derechos de autor, la restricción y la centralización. Todo era muy tangible y sólido, y  podía verse, sentirse, y conocerse. Se trataba de comunicaciones por cable (que podía cortarse): todo estaba unido y por tanto contenido en la malla – en la matriz física. Entonces las tecnologías empezaron a cambiar: en primer lugar los cables comenzaron a ocultarse bajo la tierra (o el mar), y más adelante a desaparecer por completo a medida que los sistemas inalámbricos y los   satélites se convirtieron en los principales canales comerciales y civiles. Los cables entre el teclado, el ratón y el monitor también se desvanecieron. Las cosas empezaron a conectarse de formas no visibles; y también se hicieron más pequeñas. Entonces, en lugar de un simple ordenador dispusimos de  múltiples dispositivos para conectarnos con la web etérea (‘dónde-está-exactamente’). Y a renglón seguido, a medida que el trabajo en red se convertía en el paradigma y la manera de operar dominantes, nuestras tecnologías se fueron haciendo cada vez más repartidas y descentralizadas. Todo lo que era sólido se fue disolviendo en el aire.

El visionario Buckminster Fuller ya lo señalo décadas antes cuando escribió sobre la ‘efemerilización’, al decir que existía una tendencia tecnológica que iba pasando de los cables pesados y las torres/mástiles a la fibra óptica y luego a los satélites espaciales (desgraciadamente no estuvo por aquí para ver el wi-fi). Esto mostraba cómo una civilización se estaba transformando desde una materialidad más pesada hacia formas más ligeras, más sutiles, de conectividad y funcionalidad.  De forma similar, el historiador británico Arnold Toynbee a partir de su extenso estudio meta-histórico sobre el auge y la caída de las civilizaciones acuñó su ‘Ley de la Simplificación Progresiva’. Con ella   Toynbee indicaba que el esplendor de una civilización no se medía tanto por sus recursos materiales cuanto por su capacidad para transferir cantidades crecientes de energía y atención – cultura, educación, actividades artísticas,  colectividad, bienestar, etc. – hacia el crecimiento no-material. Toynbee también acuñó el término ‘eterealización’ para describir el proceso histórico mediante el cual una sociedad aprende a lograr lo mismo, o más, usando menos tiempo y energía. Podríamos decir que la cima actual de esa ‘efemeril/etereal-ización’ está en el streaming digital.

Las tecnologías humanas están confluyendo rápidamente con nuestro entorno ambiental – con el vasto océano – de manera que se hacen cada vez más etéreas y fluidas. Las tecnologías tenderán progresivamente a fluir en nuestro medio ambiente y en nuestra vida diaria – a amalgamarse y facilitar una era de acceso. Esto refuerza y facilita nuestro desplazamiento desde una cultura y una mentalidad de adquisición hacia otra de participación, en la cual el mayor poder no reside en el control de la propiedad (el antiguo paradigma mental), sino en el camino de la participación colectiva y en ‘compartir el streaming’. El futuro tiende hacia un acceso distributivo y en red en lugar de hacia la propiedad de las cosas. Podemos verlo en la manera en la que la tecnología está facilitando  nuevos medios de acceso para el uso compartido del automóvil (ride-sharing),  la colaboración abierta distribuida (crowd-sourcing), el código abierto (open-sourcing) – desde Netflix hasta Spotify (y el resto). Nos hemos trasladado desde la tierra (hardware/hard drive) hasta las nubes (software/cloud computing) – ¡nunca mejor dicho! Y además esto también refleja oportunamente (o casualmente) una nueva comprensión de la consciencia humana.

Hasta hace poco la teoría dominante sobre la consciencia humana era que se trataba únicamente de un subproducto de actividad cerebral localizada. Es decir, el resultado de una estructura y una actividad cerebrales suficientemente complejas. Al igual que un generador crea electricidad, el cerebro produce consciencia – tan simple como eso, o así se pensaba. Pero últimamente esta teoría se ha encontrado con demasiadas anomalías como para conservar su validez

[1]. Otra hipótesis es aquella que usa la terminología informática y la metáfora de la informática en la nube, y considera la consciencia como algo almacenado externo al cerebro. De esa manera, la consciencia se conservaría más allá del cerebro como un fenómeno no-local. Siguiendo con la analogía informática, esto es similar a cómo se guarda la información en las plataformas digitales a las que se accede mediante redes informáticas u otros dispositivos habilitados para acceder a la ‘nube’. Asimismo, usando esta analogía, la teoría dominante de la consciencia sería similar a un ordenador anticuado sin memoria interna que perdería todos sus datos al ser apagado. En este sentido, la teoría de la nube plantea la consciencia como no-local, en lugar de cómo localizada dentro del cerebro. Aún más, esta teoría permite que no solo se almacene, y se recupere, la consciencia individual sino múltiples consciencias. Esta perspectiva de acceso a múltiples consciencias, más allá de la individual, evoca la consciencia colectiva de Jung y parecería respaldar las observaciones de psiquiatras e investigadores de la consciencia que han inducido estados alterados de consciencia en sus clientes. Cuando se encuentran en dichos estados la gran mayoría tiene la capacidad de recordar prácticamente todo lo que les ha sucedido. Más aún, su recuerdo no se limita exclusivamente a su propia experiencia sino que puede incluir también las experiencias de otros [2]. Por tanto, esta teoría de la nube sugiere algo semejante a un campo colectivo de consciencia que hace disponible información completa correspondiente al modo de acceso. Esta perspectiva comparte similitudes con la investigación científica del Campo Akásico [3] y la Resonancia Mórfica [4].

Que la consciencia es un fenómeno no-local al cual accede el cerebro (y hasta cierto punto el sistema nervioso humano) es también el punto de vista de este autor. En otras palabras, la consciencia no es un subproducto del cerebro, sino que más bien el cerebro recibe e interpreta la consciencia que se infunde por todo el cosmos, pero no la produce. No somos los propietarios de nuestros pensamientos; en lugar de ello somos los intérpretes de las corrientes de consciencia que recibimos. El pensamiento consciente es más una cuestión de acceso que de adquisición. ¿Suena familiar?

No somos propietarios de nuestros pensamientos, como no lo somos de las canciones que escuchamos en Spotify – simplemente tenemos acceso a ellos, y personalizamos su disposición. Individualizamos la información consciente y la categorizamos en lo que nos gusta o nos disgusta de acuerdo a nuestra experiencia (condicionamiento social). Al igual que obtenemos nuestra música desde la web y creamos nuestras propias listas personalizadas de reproducción. El streaming de música digital – la spotificación de la música – es probable que sea una característica permanente del futuro, precisamente porque modela el funcionamiento de la consciencia humana. Como hemos expuesto, también nuestras tecnologías se están desplazando desde la ‘posesión’ hacia el ‘acceso’ – desde ser propietario de un objeto físico (una música o un pensamiento) a recibir el flujo (stream) de música o pensamiento.

Como frutos de la modernidad hemos gozado del embellecimiento de los detalles – el diseño de la cubierta de un disco, la funda desplegable de un CD, etc.; que han llegado a convertirse en una parte entrañable de nuestra experiencia táctil. De manera similar, tenemos a mucha honra (y a menudo ego) atesorar los pensamientos que asumimos como propios. Durante un tiempo increíblemente largo hemos estado inmersos dentro de un medio ambiente tangiblemente sólido, orientado hacia los objetos. La música era el álbum en nuestras manos; sentíamos la necesidad – y necesitábamos la sensación – de celebrar su presencia física: el arte como objeto y el objeto como arte. Hemos estado rindiendo tributo a las islas de lo visible ancladas en las aguas de lo invisible sin darnos cuenta de que todo está ‘en’ y es ‘parte de’  este vasto océano único. Las tecnologías de la era industrial erosionaban la esfera de lo invisible con el fin de sostener el plano visible. En lo que ahora parece ser una tendencia inversa, el plano visible está retrocediendo progresivamente de la primera línea para respaldar la expansión de lo invisible   en medio de nuestras vidas. A medida que nuestras tecnologías tangibles comienzan a caminar hacia su fusión integrada en nuestro entorno, manteniéndose fuera de vista como si se diluyeran en la nube, estamos siendo spotificados.  Actualmente, nuestro acceso se produce cada vez más mediante la recepción de información desde la nube digital ‘etérea’ que está saturando el entorno en que vivimos. El medio ambiente, con nuestras tecnologías embebidas, nos está transmitiendo en flujo continuo (streaming) la información. Mientras que aquellos de nosotros que pertenecemos a las generaciones pre-digitales nos vamos acostumbrando a ello, los más jóvenes nacidos en un mundo totalmente digital lo entienden como algo completamente natural. ¿Por qué? Porque es así como la información/energía opera en el universo – toda ella está ya a nuestro alrededor, y además la transmisión fluye sin interrupción (streams) desde un campo no-local a cada parte localizada.

La consciencia humana está recibiendo continuamente las transmisiones (streaming) desde la música de las esferas (el cosmos). Tomamos ese pensamiento-música y lo organizamos de acuerdo a nuestros gustos y afectos personales; y a continuación lo manifestamos en el mundo. La consciencia no es un subproducto que elaboramos a partir de lo que llevamos con nosotros en nuestras cabezas. El objeto (la pieza musical) llegará a ser menos lo que llevemos en las manos y más aquello a lo que podamos acceder. Nuestras tecnologías nos están orientando hacia una nueva forma de experiencia táctil, en la que participamos personalizando y adaptando la información que fluye sin interrupción (streaming) para adaptarla mejor a nuestras vidas personales. Es una forma de participación en la información para expresar e in-formar mejor nuestras vidas. La participación en el flujo y el streaming de información simboliza la era hacia la que nos trasladamos, a medida que lo tangible se disuelve en lo intangible, el plano visible diluye sus objetos tecnológicos en la esfera de lo invisible. Nuestras identidades, rastros, redes y vidas digitales llegan a fundirse con nuestras huellas físicas. El mundo se hace carne  mediante el streaming; al igual que nos auto-realizamos y nos despertamos a medida que nos abrimos más a recibir el streaming de consciencia. Spotifiquemos nuestras mentes recibiendo la música de la sabiduría, y manifestemos estas verdades en nuestras experiencias vividas.

En definitiva, de todas formas nadie posee nada permanentemente – cuando nos vamos no podemos llevarnos nada con nosotros: ‘Llévense solo lo que puedan rescatar del barco que naufraga,’ grita el capitán. En estos momentos cruciales sabemos, y solo deseamos, salvarnos a nosotros mismos. Y aún así, siempre, durante todo el trayecto, hemos estado almacenados de forma segura en la gran nube…

*N.T.: Neologismo que corresponde a un término intraducible que hace referencia a un servicio online que transmite una amplia variedad de música a los ordenadores personales y los teléfonos móviles.

Notas

[1] El objetivo, o el alcance, de este artículo no es discutir todas las anomalías o debates sobre la consciencia humana: ya existe por ahí suficiente literatura para el investigador ávido.

[2] Por ejemplo, véase Stanislav Grof – http://www.stanislavgrof.com/

[3] “Science and the Akashic Field: An Integral Theory of Everything” de Ervin Laszlo

[4] “Morphic Resonance: The Nature of Formative Causation” de Rupert Sheldrake

Traducción – Fernando Alvarez-Ude Cotera (con muchas gracias)

LIBROS DESTACADOS